Las Tensiones Explotan en McLaren: Oscar Piastri Rompe el Silencio y Critica a los Ingenieros por la Queja de Lando Norris Después del GP de Singapur, la Estrella Cree que Norris Sufre la ‘Enfermedad de las Estrellas’ por Causar Conflictos Deliberados en los Planes del Equipo

En el vertiginoso mundo de la Fórmula 1, donde cada curva puede definir campeonatos y alianzas, el Gran Premio de Singapur 2025 se ha convertido en el epicentro de una tormenta que amenaza con desestabilizar el dominio de McLaren. Bajo las luces brillantes de Marina Bay, lo que debería haber sido una celebración por el décimo título de constructores del equipo papaya se transformó en un drama interno que ha expuesto grietas profundas entre sus dos estrellas: Oscar Piastri y Lando Norris. El joven australiano, líder imbatible en la lucha por el campeonato de pilotos, ha decidido romper su habitual reserva para lanzar acusaciones directas no solo contra su compañero, sino también contra los ingenieros que, según él, han alimentado un conflicto innecesario. ¿Es esto el comienzo de una rivalidad tóxica que podría costarle a McLaren su sueño de gloria absoluta, o simplemente el precio de la ambición en un deporte donde la lealtad se mide en décimas de segundo? Lo que Piastri reveló en una entrevista exclusiva postcarrera deja entrever un panorama mucho más turbio de lo que los aficionados imaginaban, uno donde la “enfermedad de las estrellas” –ese ego inflado que nubla el juicio colectivo– parece haber infectado incluso a los pilares del equipo.
El incidente que encendió la mecha ocurrió en la salida del GP de Singapur, un trazado notoriamente exigente donde la posición inicial es un tesoro invaluable. Piastri, partiendo desde la tercera plaza, lideraba la carga papaya con la precisión quirúrgica que lo ha convertido en el azote de sus rivales durante toda la temporada 2025. Norris, saliendo dos posiciones por detrás, vio una oportunidad en la curva tres: un hueco entre el McLaren de su compañero y el Red Bull de Max Verstappen. En un movimiento que rozó el límite de lo permisible, Norris se lanzó por el interior, rozando primero al neerlandés y luego impactando ligeramente contra Piastri. El australiano, desplazado hacia el exterior, perdió momentum crucial en una pista donde adelantar es un arte casi imposible. Mientras el público contenía el aliento ante el roce, Piastri no se contuvo en su radio: “Esto no es muy propio de un equipo”, espetó con una voz cargada de frustración contenida. “Si tiene que evitar otro coche chocando contra su compañero, es una pésima maniobra de evasión”. Palabras que, en el calor del momento, resonaron como un trueno en el garaje de McLaren, especialmente porque llegaban en un fin de semana donde el equipo acababa de coronarse campeón de constructores por segunda vez consecutiva.

Pero el verdadero detonante no fue solo el toque en pista; fue la respuesta –o la falta de ella– de los ingenieros. Mientras Piastri esperaba una intervención clara del equipo para equilibrar la balanza, similar a la que él mismo había concedido en el GP de Italia semanas antes, el silencio desde el muro fue ensordecedor. Recordemos ese episodio en Monza: un error en la parada en boxes de Norris le regaló una posición a Piastri, pero el australiano, en un gesto de fair play que muchos alabaron, devolvió el puesto sin dudar. “Lo hice por el bien del equipo”, admitió Piastri entonces, en una declaración que lo pintaba como el hermano mayor responsable en esta dupla de talentos. Sin embargo, en Singapur, la reciprocidad brilló por su ausencia. Los ingenieros, según fuentes internas, optaron por no presionar a Norris para que cediera la posición, argumentando que el incidente era “parte de las carreras”. Esta pasividad no pasó desapercibida para Piastri, quien, al bajarse del coche, cortó abruptamente la comunicación cuando el CEO Zak Brown intentaba felicitarlo por el título de constructores. Un gesto que, aunque sutil, gritaba volúmenes sobre la confianza erosionada en el liderazgo técnico.
Días después, en una rueda de prensa que se presumía rutinaria pero que derivó en un monólogo revelador, Oscar Piastri decidió no morderse la lengua. Sentado frente a un mar de micrófonos, el piloto de 24 años –cuyo ascenso meteórico desde las categorías inferiores lo ha convertido en el prodigio australiano más prometedor desde Daniel Ricciardo– apuntó directamente a los ingenieros. “Rompo el silencio porque es hora de que alguien lo diga: los ingenieros han alimentado esta queja de Lando de manera innecesaria, y eso solo genera más ruido en un equipo que debería estar unido”, declaró Piastri con una calma que contrastaba con la intensidad de sus palabras. No se detuvo ahí. Con una mirada que mezclaba decepción y determinación, añadió: “Lando está sufriendo la ‘enfermedad de las estrellas’. Es esa mentalidad donde causas conflictos deliberados en los planes de trabajo del equipo solo para afirmar tu territorio. Lo vi en la salida de Singapur, y lo he sentido en las reuniones estratégicas. Él genera roces no por error, sino porque cree que eso lo hace ver más fuerte. Pero en McLaren, no necesitamos divas; necesitamos pilotos que sumen al objetivo común”. Estas declaraciones, pronunciadas con la precisión de un bisturí, han sacudido los cimientos de Woking. Piastri, conocido por su estoicismo –un rasgo que lo ha hecho ganar el respeto de veteranos como Lewis Hamilton–, revelaba por primera vez un lado vulnerable, uno que cuestiona si la presión del título lo ha llevado a confrontar abiertamente a su compañero.
La réplica de Lando Norris no se hizo esperar, y añadió leña al fuego de una manera que pocos anticipaban. El británico, que ha pasado de ser el eterno prospecto a un contendiente serio por el campeonato, defendió su maniobra con vehemencia en una entrevista con Sky Sports. “Cualquiera en la parrilla habría hecho exactamente lo mismo que yo”, afirmó Norris, con esa sonrisa confiada que a veces roza la arrogancia. “Si me culpas por ir por dentro y meter mi coche en un hueco tan grande, entonces sí, creo que no deberías estar en la Fórmula 1”. Sus palabras, cargadas de un desafío implícito, parecen validar las sospechas de Piastri sobre esa “enfermedad de las estrellas”: un ego que prioriza el espectáculo personal sobre la armonía colectiva. Norris, que en carreras previas como Canadá había sido el culpable de un choque que lo dejó fuera de puntos, ahora se posiciona como el guerrero implacable. Pero, ¿es esto astucia o imprudencia? Analistas como los de Motorsport.com han debatido que, aunque la maniobra fue agresiva, fue brillante en su ejecución, recordando las máximas de leyendas como Ayrton Senna: “Si ves un hueco y no te tiras a por él, no eres un verdadero piloto”. Sin embargo, en el contexto de un equipo que depende de la sinergia entre sus pilotos, tales roces deliberados podrían costarles caro en la recta final, con solo unas pocas carreras por delante y Verstappen acechando a solo 69 puntos de Piastri.
El impacto en McLaren trasciende la pista y se filtra en las dinámicas internas. Andrea Stella, el director del equipo, ha intentado apagar el incendio con promesas de “revisiones detalladas y conversaciones analíticas”, como declaró tras la carrera: “Este contacto es, en realidad, una consecuencia de otra situación de carrera entre Lando y Verstappen. Saldrremos más fuertes y unidos, como después de Canadá”. Pero las palabras suenan huecas cuando Piastri, en su crítica a los ingenieros, insinúa favoritismos sutiles. “Han permitido que las quejas de Lando escalen, alterando los planes de trabajo que habíamos acordado para maximizar puntos en el campeonato”, prosiguió el australiano en su entrevista. “Es como si, en lugar de enfocarnos en la estrategia global, estuviéramos lidiando con dramas internos que distraen a todos. Y eso no es propio de un equipo campeón”. Esta acusación toca un nervio sensible: en un deporte donde los datos y las simulaciones dictan el ritmo, cualquier sesgo en la gestión de quejas podría interpretarse como un favoritismo hacia Norris, el piloto de casa con más años en el equipo. Fuentes cercanas al paddock susurran que las reuniones de debriefing post-Singapur han sido tensas, con Piastri exigiendo claridad en las “papaya rules” –esas directrices internas no publicadas que regulan las interacciones entre compañeros– para evitar futuros choques.
Lo fascinante de esta saga es cómo refleja las tensiones universales de la Fórmula 1: la delgada línea entre competencia feroz y sabotaje interno. Piastri, con su liderazgo en el campeonato, representa la nueva guardia: calculadora, imperturbable, pero ahora dispuesta a defender su espacio con uñas y dientes. Norris, por su parte, encarna el ímpetu británico, el hambre de redención tras años de promesas incumplidas. Y en medio, los ingenieros, atrapados en el fuego cruzado, deben navegar un laberinto de egos para mantener el barco a flote. ¿Podrá McLaren sanar estas heridas antes de las próximas citas en Austin y México, donde cada punto cuenta doble en la batalla por el título? La “enfermedad de las estrellas” que Piastri diagnostica no es exclusiva de Norris; es un mal endémico en la élite del automovilismo, uno que ha derribado dinastías enteras, desde la rivalidad Senna-Prost en McLaren hasta el cisma Hamilton-Rosberg en Mercedes. Si el equipo no actúa, este conflicto podría no solo costarle el campeonato de pilotos a Piastri, sino erosionar el legado recién forjado de constructores.
A medida que las luces de Singapur se apagan en el retrovisor, el paddock entero observa con una mezcla de morbo y empatía. Piastri ha roto el silencio, pero ¿ha encendido una mecha que consumirá todo a su paso? En una temporada donde McLaren ha reescrito los libros de historia, esta explosión de tensiones añade un capítulo inesperado, uno que nos recuerda por qué la Fórmula 1 no es solo velocidad, sino también el arte brutal de la supervivencia humana. Los aficionados, ávidos de drama tanto como de velocidad, ya especulan en foros y redes: ¿veremos una reconciliación épica o una fractura irreversible? Solo el tiempo, y las próximas curvas, lo dirán. Por ahora, Oscar Piastri ha lanzado su guante, y Lando Norris, con su réplica desafiante, parece listo para recogerlo. En este circo de acero y ambición, nadie sale indemne.