Una tragedia moderna en alta mar que todavía genera preguntas: el hundimiento del Felicity Ace en 2022 marcó una de las pérdidas marítimas más impactantes de la historia reciente de Estados Unidos y Europa.

El 16 de febrero de 2022, el carguero Felicity Ace, un buque de bandera panameña de casi 200 metros de eslora, emitía una señal de emergencia. El fuego comenzó a bordo mientras transportaba aproximadamente 4.000 vehículos de lujo, incluidos modelos de Porsche, Bentley, Audi y Lamborghini, desde Europa hacia clientes en Estados Unidos y Alemania. Lo que parecía ser un incidente menor, se convertiría en una de las historias marítimas más virales del siglo XXI.
El incendio, según las investigaciones preliminares, habría comenzado en uno de los compartimentos de carga donde se almacenaban vehículos eléctricos con baterías de iones de litio. Estas baterías, una vez incendiadas, son extremadamente difíciles de apagar, lo que complicó gravemente los esfuerzos de la tripulación y de los rescatistas.
Afortunadamente, los 22 tripulantes fueron evacuados con éxito por la Armada portuguesa, sin que se registraran víctimas mortales. Sin embargo, el fuego continuó ardiendo durante días, alimentado por el combustible, los materiales inflamables y las propias baterías. A pesar de los esfuerzos internacionales, no fue posible controlar el incendio a tiempo.

Finalmente, el 1 de marzo de 2022, tras casi dos semanas a la deriva, el Felicity Ace se hundió en las profundidades del Atlántico, a unos 400 kilómetros de las islas Azores. Con él, desaparecieron bajo el mar miles de vehículos valorados en más de 400 millones de dólares.
Este evento representó un duro golpe para fabricantes como Volkswagen Group, cuyas marcas de lujo estaban a bordo. Se reportaron pérdidas de cientos de unidades de Porsche Taycan, Lamborghini Urus, Audi e-tron y Bentley Continental GT, entre otros modelos exclusivos, muchos de los cuales eran pedidos personalizados con destino a clientes de alto perfil en Estados Unidos.
El hundimiento del Felicity Ace también desató preocupaciones ambientales. Con miles de litros de combustible, aceites industriales y materiales tóxicos a bordo, el fondo marino del Atlántico quedó expuesto a una amenaza ecológica sin precedentes.
Organizaciones ambientalistas exigieron una investigación profunda sobre la seguridad del transporte marítimo de vehículos eléctricos, señalando la falta de protocolos claros para incendios causados por baterías de litio. Hasta hoy, muchas de estas preguntas siguen sin respuesta.
Lo más sorprendente es cómo esta tragedia capturó la atención global a través de las redes sociales. En Facebook, miles de usuarios compartieron fotos del buque ardiendo, teorías conspirativas y memes sobre los “autos de lujo más caros jamás hundidos”. La idea de un “Titanic automotriz” moderno generó un inusitado interés entre jóvenes y entusiastas del automovilismo.
El naufragio se convirtió en tema de debate sobre el futuro del comercio global, la fragilidad de las cadenas de suministro y la creciente dependencia del transporte marítimo para productos de alta gama.
El caso del Felicity Ace es más que una anécdota trágica. Es un recordatorio de que la globalización tiene sus riesgos. Desde los desafíos de transportar tecnología de punta, hasta la necesidad urgente de revisar protocolos de seguridad marítima en la era de la electrificación, este evento dejó lecciones clave.
Además, reveló el valor simbólico y económico de los bienes de lujo en el imaginario colectivo. La pérdida de 4.000 autos de alta gama no fue solo una tragedia para sus dueños, sino una alerta para la industria naviera y automotriz mundial.
A más de dos años del hundimiento del Felicity Ace, su historia sigue flotando en la memoria colectiva como un ejemplo claro de los peligros del transporte moderno. Lo que empezó como un incendio discreto terminó con uno de los cargamentos más valiosos jamás perdidos en el mar. Y mientras los restos del buque descansan en el lecho marino, las preguntas sobre responsabilidad, prevención y sostenibilidad siguen a flote.