Los últimos momentos de Adolf Hitler en el búnker de Berlín: El relato de su guardaespaldas Rochus Misch

En los días finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos aliados avanzaban implacablemente hacia Berlín, Adolf Hitler, el líder nazi que había sumido al mundo en un conflicto devastador, se refugió en un búnker subterráneo bajo la Cancillería del Reich. Este lugar, descrito como un “ataúd de concreto”, fue el escenario de los últimos instantes de su vida. Rochus Misch, su guardaespaldas y operador telefónico, fue uno de los últimos testigos de aquellos momentos cargados de tensión y desesperación. Su relato, extraído de sus memorias tituladas “El último testigo: Las memorias del guardaespaldas de Hitler”, ofrece una visión íntima y sobrecogedora de lo que ocurrió en el búnker el 30 de abril de 1945, cuando Hitler y su recién esposa, Eva Braun, tomaron la decisión final de quitarse la vida.

Rochus Misch, quien falleció en 2013 a los 96 años, fue un miembro leal de las SS y parte del círculo íntimo de Hitler durante cinco años. Nacido en 1917 en lo que hoy es Polonia, Misch se unió a las SS a los 20 años, motivado por una ideología anticomunista y el deseo de proteger a Europa del avance soviético. Gravemente herido en la campaña polaca de 1939, fue seleccionado en 1940 para servir como guardaespaldas, mensajero y operador telefónico de Hitler. A lo largo de los años, acompañó al Führer en casi todos sus desplazamientos, desde el retiro alpino de Berchtesgaden hasta el cuartel general del frente oriental conocido como “La Guarida del Lobo”. Sin embargo, fue en el búnker de Berlín donde Misch presenció los eventos más dramáticos de su carrera.

El 30 de abril de 1945, la situación en Berlín era desesperada. Las fuerzas soviéticas habían rodeado la ciudad, y el general Wilhelm Keitel envió un mensaje al búnker informando que el ejército alemán no podría romper el cerco. La derrota era inminente. Misch, que operaba la central telefónica del búnker, escuchó a Hitler hablando en voz baja con Martin Bormann, un alto oficial del partido nazi, y otros miembros de su entorno. Según Misch, Hitler anunció que liberaba a todos los soldados de su juramento de lealtad y expresó su deseo de que su cuerpo fuera quemado para evitar que fuera profanado, como había ocurrido con el cadáver de Benito Mussolini días antes. “Hitler había dicho a su ayudante que no quería que su cuerpo fuera abusado públicamente como el de Mussolini y que deseaba que su cadáver fuera incinerado”, relató Martin Mace, editor de las memorias de Misch.

El ambiente en el búnker era de una espera nerviosa. Todos sabían que el final estaba cerca. Misch describió el momento en que todo cambió: “Hubo algo de conmoción. La puerta del estudio se abrió y miré dentro”. Fue entonces cuando vio a Eva Braun, sentada en un sofá con las piernas recogidas y la cabeza inclinada hacia Hitler. A su lado, el cuerpo sin vida del Führer, con los ojos abiertos y la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante. “Mi mirada cayó primero en Eva. Sus zapatos estaban bajo el sofá. Cerca de ella… el muerto Hitler”, escribió Misch en sus memorias. Eva Braun había ingerido cianuro, mientras que Hitler se había disparado. La escena, descrita con una precisión casi cinematográfica, refleja el caos y la resignación que envolvían a quienes permanecían en el búnker.

Misch no solo fue testigo de la muerte de Hitler, sino también de momentos más personales que revelan la complejidad de la vida en el círculo íntimo del dictador. En una ocasión, mientras llevaba despachos a Hitler, entró en la habitación de huéspedes del Berghof, la residencia alpina del Führer, y se encontró con Eva Braun en un “negligé ligero”. Ella, con un gesto rápido, puso un dedo en los labios, indicándole que guardara silencio. Misch, temiendo ser despedido o enfrentarse a consecuencias peores, salió apresuradamente de la habitación. Para su alivio, Eva no mencionó el incidente a Hitler. Este episodio, aunque anecdótico, ofrece una visión de la relación entre Hitler y Braun, quienes, según Misch, eran amantes mucho antes de que se hiciese público. “Por ejemplo, Eva fue presentada al personal y a los visitantes como la ‘ama de llaves’ en el Berghof”, señaló Martin Mace.

El relato de Misch también arroja luz sobre las decisiones extremas tomadas en los últimos días del Tercer Reich. Escuchó a Eva Braun y a Magda Goebbels, esposa del ministro de propaganda Joseph Goebbels, expresar su determinación de morir junto a sus respectivos hombres. “Hemos vivido con ellos. Moriremos con ellos”, declararon, según Misch. Esta resolución se cumplió trágicamente. Magda Goebbels, en un acto que Misch describió con pesar, organizó la muerte de sus seis hijos en el búnker antes de que ella y su esposo se quitaran la vida. Misch, al recordar este episodio, mostró una rara emoción, señalando cómo Magda Goebbels jugó al solitario para calmarse tras la muerte de sus hijos.
Tras la muerte de Hitler, el caos se apoderó del búnker. Misch vio cómo los cuerpos de Hitler y Braun eran envueltos y llevados al exterior para ser quemados. “Pasaron a unos tres o cuatro metros de mí, vi sus zapatos sobresaliendo del saco”, relató. Aunque un guardia de las SS le instó a salir para presenciar la quema, Misch se retiró al interior del búnker, temiendo que la Gestapo pudiera eliminar a los testigos. Permaneció en su puesto hasta el 2 de mayo, cuando Joseph Goebbels lo liberó de sus funciones con las palabras: “Sabíamos cómo vivir, también sabremos cómo morir”. Misch destruyó el sistema telefónico y escapó a través de una ventana del sótano, pero fue capturado por el Ejército Rojo y pasó nueve años en campos de prisioneros soviéticos.
Las memorias de Misch, publicadas en alemán en 2008 y reeditadas en inglés en 2017 por Frontline Books, han generado controversia. Algunos críticos argumentan que exagera su papel en el entorno de Hitler, mientras que otros, como John Grehan, editor de Frontline Books, destacan su imparcialidad. “Estamos publicando esto porque fue alguien muy cercano a Hitler durante una parte crucial de la guerra, especialmente dado que era de un rango muy bajo, sin motivos para encubrir nada”, afirmó Grehan. Sin embargo, la lealtad de Misch hacia Hitler, a quien llamó “jefe” y describió como “un hombre normal, no un monstruo”, ha sido objeto de críticas. En entrevistas, Misch afirmó no saber nada sobre el Holocausto ni la “Solución Final”, lo que muchos consideran una evasión de responsabilidad.
El relato de Rochus Misch no solo ofrece una ventana a los últimos momentos de uno de los personajes más infames de la historia, sino que también plantea preguntas sobre la lealtad, la moral y la memoria histórica. Su perspectiva, desde la posición de un subordinado que vivió en la sombra de Hitler, es un recordatorio de cómo las ideologías extremas pueden moldear vidas y decisiones, incluso en los momentos más oscuros. Mientras Berlín caía bajo el avance soviético, Misch fue testigo de un final que marcó el colapso del Tercer Reich, pero también de las tragedias personales que se desarrollaron en ese “ataúd de concreto”. Su historia, aunque controvertida, sigue fascinando y desafiando nuestra comprensión de un período que cambió el mundo para siempre.