El Escándalo en The View: Cuando Whoopi Goldberg Llamó “Circo” a la F1 y Franco Colapinto Respondió con Fuego
En el bullicioso plató de The View, un programa matutino que atrae a millones de espectadores con sus debates candentes sobre celebridades y temas de actualidad, se desató una tormenta inesperada que trascendió las fronteras de Estados Unidos y llegó hasta los circuitos relucientes de la Fórmula 1. Era un día como cualquier otro en septiembre de 2025, con el sol de Nueva York filtrándose por las ventanas del estudio, cuando Whoopi Goldberg, la icónica presentadora con décadas de experiencia en el entretenimiento, soltó una frase que resonaría como un motor rugiente en la parrilla de salida. “El circo de la F1”, declaró tajantemente Whoopi Goldberg, desatando de inmediato una atmósfera tensa en el set. Sus palabras, pronunciadas con ese tono seco y característico que ha hecho de ella una voz inconfundible en Hollywood, no eran un cumplido velado ni una crítica ligera. Eran un dardo directo al corazón del deporte motor más glamoroso del mundo, un universo de velocidades supersónicas, ingeniería de vanguardia y rivalidades que capturan la imaginación global.

Para entender el impacto de esa declaración, hay que retroceder un poco en el tiempo y adentrarse en el ascenso meteórico de Franco Colapinto, el joven piloto argentino que ha irrumpido en la Fórmula 1 como un torbellino de talento y determinación. Nacido en 2003 en Buenos Aires, Colapinto no es solo un nombre en las hojas de resultados; es un símbolo de redención para un país apasionado por el automovilismo, herencia de leyendas como Juan Manuel Fangio, el pentacampeón que elevó a Argentina al Olimpo de las carreras. Colapinto debutó en la temporada 2024 con el equipo Williams, reemplazando al veterano Logan Sargeant en medio de una temporada caótica marcada por averías y estrategias fallidas. Pero lo que empezó como una apuesta arriesgada se convirtió en una serie de brillantes éxitos que han traído gloria a Argentina. En el Gran Premio de Monza, bajo el sol abrasador de Italia, Colapinto logró su primer podio, terminando tercero en una carrera donde las llantas cantaron himnos de victoria y el público argentino en las gradas ondeaba banderas celestes y blancas como si fuera un Mundial de fútbol.
Sus logros no se detuvieron allí. En Singapur, navegando por las calles iluminadas y traicioneras del circuito urbano, Colapinto superó a pesos pesados como Max Verstappen en una maniobra que los comentaristas de Sky Sports describieron como “poesía en movimiento”. Y en Austin, Texas, durante el Gran Premio de las Américas, el argentino cruzó la meta en segundo lugar, dedicando su pódium a su familia con un gesto que conmovió a los aficionados: un beso a la bandera argentina que ondeaba en su casco. Estos triunfos no solo han impulsado a Williams en la tabla de constructores, elevándolos del fondo del pelotón a una posición competitiva, sino que han inyectado un soplo de frescura en un deporte a menudo criticado por su elitismo y sus escándalos off-track. Colapinto, con su sonrisa humilde y su acento porteño que se filtra en las entrevistas post-carrera, representa el sueño accesible: un chico de 22 años que pasó de kartings en las afueras de Buenos Aires a desafiar a los multimillonarios de la parrilla.

Sin embargo, en The View, ese contexto pareció evaporarse como humo de escape. El panel, compuesto por Whoopi Goldberg y sus coanimadoras, discutía la inminente película de Fórmula 1 dirigida por Joseph Kosinski, un blockbuster que promete fusionar la adrenalina de las carreras con el drama hollywoodense, contando con cameos de estrellas como Brad Pitt y apariciones reales de pilotos como Lewis Hamilton. La conversación derivó hacia el “espectáculo” de la F1, y fue entonces cuando Goldberg, conocida por su franqueza sin filtros, descargó su opinión. Mostró indiferencia ante los brillantes éxitos de Franco Colapinto, quien ha traído gloria a Argentina, como si sus podios fueran meros trucos de luces y sombras en un escenario de tres pistas. “Es todo un circo”, insistió ella, riendo con esa carcajada profunda que ha marcado sus apariciones en Ghost o Sister Act, pero que esta vez sonó hueca ante las cámaras. Sus compañeras asintieron, desviando el foco hacia los dramas extradeportivos: las rivalidades fabricadas, los patrocinios millonarios y las polémicas en redes sociales que envuelven a figuras como el propio Colapinto, quien ha lidiado con rumores sobre su vida personal en un deporte donde la privacidad es un lujo esquivo.
La tensión en el estudio era palpable, un silencio incómodo roto solo por el tic-tac de los relojes invisibles que marcan el ritmo de un programa en vivo. Goldberg, con su trayectoria como actriz ganadora del Oscar y activista incansable, ha construido su carrera sobre la honestidad brutal, defendiendo causas desde el feminismo hasta los derechos civiles. Pero en ese momento, su comentario rozó la línea entre crítica legítima y desdén cultural, ignorando cómo la F1 ha evolucionado en los últimos años bajo la visión de Liberty Media, transformándose en un espectáculo global que atrae a audiencias jóvenes con conciertos de post-carrera y documentales de Netflix como Drive to Survive. ¿Era solo una pulla al glamour excesivo, o subyacía un sesgo hacia un deporte percibido como lejano para el público estadounidense, más aficionado al NASCAR que a los monoplazas europeos? La declaración dejó un regusto amargo, especialmente entre los fans latinos que sintonizaban The View por su diversidad, solo para oír menospreciar el orgullo de un compatriota que ha puesto a Argentina en el mapa automovilístico una vez más.
Apenas diez minutos después de finalizar el programa, mientras el equipo desmontaba el set y los productores revisaban tomas, Franco Colapinto irrumpió en el escenario digital con una respuesta que cortaba como el filo de un alerón aerodinámico. Publicó un comentario breve de diez palabras, pero tan afilado que dejó avergonzada a Whoopi Goldberg y encendió una ola de indignación en las redes sociales. “Respeto el circo, pero en la pista corremos de verdad”, escribió el piloto en su cuenta de Instagram, acompañando el texto con una foto de su casco posado sobre el trofeo de Austin, la bandera argentina flameando al fondo. Diez palabras exactas, contadas con precisión quirúrgica, que encapsulaban no solo defensa propia sino una lección de humildad y velocidad. No era un ataque personal; era una invitación velada a entender la diferencia entre el entretenimiento televisivo y la brutal realidad de una curva a 300 kilómetros por hora, donde un error significa no solo puntos perdidos, sino vidas en juego.
La reacción fue inmediata y avasalladora, como un efecto dominó en la parrilla de salida. En Twitter –ahora X–, el hashtag #ColapintoResponde escaló a tendencias globales en menos de una hora, con más de 500.000 menciones que superaron incluso las discusiones sobre el último GP de Japón. Fans argentinos inundaron las plataformas con memes que superponían la cara de Goldberg en payasos de circo, mientras que en TikTok, videos editados con clips de las victorias de Colapinto al ritmo de “Muchachos” –el himno de la selección de fútbol– acumularon millones de vistas. Influencers deportivos como el ex piloto David Coulthard tuitearon en apoyo: “Franco no solo corre; inspira. El circo es para quienes no entienden la pista”. Incluso en foros de Reddit, subreddits como r/formula1 y r/Argentina debatieron acaloradamente, con hilos que analizaban si las palabras de Goldberg reflejaban un desconocimiento genuino o un intento fallido de humor. La indignación no se limitó a los hinchas; celebridades latinas como el cantante Bad Bunny, seguidor confeso de la F1, compartió el post de Colapinto con un emoji de fuego, amplificando el eco.
Pero más allá del ruido digital, este intercambio revela capas más profundas sobre la intersección entre el deporte, la cultura pop y la identidad nacional. Whoopi Goldberg, en una entrevista posterior con Variety esa misma semana, intentó matizar su comentario sin retractarse del todo. “Admiro el coraje de los pilotos, pero la F1 a veces parece más show que sustancia, con sus jets privados y fiestas en yates”, dijo ella, reconociendo implícitamente el golpe de Colapinto. “Quizá Franco me invite a una carrera algún día; me encantaría ver ese ‘circo’ de cerca”. Fue un guiño conciliador, pero el daño ya estaba hecho, y el joven argentino emergió no como víctima, sino como héroe moderno. En una rueda de prensa en el paddock de Suzuka, Colapinto amplió su respuesta con la madurez de un veterano: “Las palabras duelen menos que un trompo en lluvia. Respeto a Whoopi por su pasión, pero en Argentina sabemos que el verdadero circo es ganar contra todo”. Sus palabras, pronunciadas con esa calma ganada en pits stops bajo presión, convencieron a escépticos y solidificaron su estatus como voz auténtica en un mundo de egos inflados.
Este episodio no solo humaniza a Colapinto, mostrando a un piloto que navega las tormentas mediáticas con la misma destreza que las chicanes, sino que subraya el poder transformador de la F1 en la era digital. En un año donde la serie ha roto récords de audiencia gracias a talentos emergentes como el argentino, el mexicano Sergio Pérez o el tailandés Alex Albon, incidentes como este inyectan narrativa emocional que trasciende las estadísticas. Imagínese: un deporte que une continentes, donde un comentario en un talk show neoyorquino despierta pasiones en las pampas argentinas. Es la magia de la conexión global, amplificada por algoritmos que premian el drama genuino. Y mientras Colapinto se prepara para el Gran Premio de México, con el Estadio Azteca convertido en un mar de camisetas celestes, uno no puede evitar preguntarse –aunque sea en silencio– qué pasará si Whoopi acepta esa invitación. ¿Un abrazo en el paddock? ¿O más combustible para la polémica?
En última instancia, el “circo de la F1” que Goldberg invocó no es un insulto, sino un recordatorio de su encanto hipnótico: un ballet de precisión y caos donde héroes como Franco Colapinto demuestran que la gloria se forja no en reflectores de estudio, sino en asfalto ardiente. Su respuesta de diez palabras no solo avergonzó a una estrella, sino que inspiró a una generación, probando que en la pista –y en la vida– la velocidad más rápida es la del ingenio. Argentina, con su historia de Fangio y ahora Colapinto, sigue rugiendo, y el mundo entero escucha.