Antes de que su lesión de cuádriceps la dejara fuera de las canchas, Clark ya dominaba titulares, estadios y espacios televisivos. Pero su regreso reveló algo más profundo: la economía misma de la WNBA ahora depende de su presencia.
Por ejemplo, las entradas para los partidos de las Indiana Fever, que rondaban los $25, se dispararon a más de $100 —solo para los asientos de la planta alta— una vez confirmado su regreso. ¿Para los asientos a pie de pista? Los aficionados bromeaban diciendo que necesitarían una segunda hipoteca. ¿Y en su ausencia? Los precios se desplomaron hasta llegar a $3. Sí, menos que un llavero con el logo.
Clark no es solo una atleta. Es el activo más valioso de la liga, impulsando la venta de entradas, la audiencia y la mercancía a un ritmo sin precedentes en la WNBA.
Las ventas de camisetas han aumentado un astronómico 1193%. Los revendedores están tratando los partidos de las Fever como si fueran conciertos de Beyoncé. Las solicitudes de apariciones de la mascota del equipo en estadios han aumentado un 150%. Cuando Clark se presentó al Draft de la WNBA, las Indiana Fever recibieron más de 6000 llamadas para solicitar abonos de temporada en un solo fin de semana.
En términos económicos, Clark es un unicornio. Es un paquete de estímulo económico unipersonal, que inyecta adrenalina —y dinero— a una liga que necesitaba un empujón desesperadamente.
Partidos que antes no conseguían la atención local ahora son los principales titulares de ESPN y ABC. Los enfrentamientos entre las Fever y equipos como las Chicago Sky se han trasladado de recintos más pequeños como el Wintrust Arena a grandes estadios de la NBA como el United Center, solo para satisfacer la demanda.
Cuando Clark se lesionó antes del enfrentamiento del 7 de junio contra Angel Reese, el precio de las entradas se desplomó de $86 a $25. Tras su regreso, volvieron a subir. La WNBA no tiene una campaña de marketing capaz de ese cambio. Solo Clark la tiene.
A pesar de ser la estrella más brillante de la liga, a Clark la siguen tratando como a una novata, tanto literal como figurativamente. Recibe faltas fuertes. La golpean con el cuerpo, le dan codazos y empujones, a menudo sin una sanción flagrante. Sus oponentes la atacan con más frecuencia sin el balón. Y cuando ella o su equipo alzan la voz, les dicen que “respeten a los veteranos”.
Ese doble rasero está generando dudas y cuestionamientos. La WNBA tiene a la jugadora más rentable en dos décadas, pero parece reticente a ofrecerle la protección y el ascenso que merece. Es una apuesta arriesgada para una liga cuyo éxito reciente depende de la capacidad de una jugadora para rendir y mantenerse sana.
La comisionada de la WNBA, Kathy Engelbert, insiste en que el éxito de la liga se debe a la planificación a largo plazo y al crecimiento estratégico. En artículos de opinión y entrevistas, apenas menciona a Clark por su nombre, atribuyendo el auge a las “colaboraciones con las partes interesadas” y a los “pilares de la experiencia del aficionado”.
Pero ni los aficionados ni los analistas se lo creen. La verdad es clara: si Clark deja la WNBA, el auge actual de la liga se derrumba como una torre de Jenga sin su última fila. Los asientos vacíos, la baja audiencia y el estancamiento en la venta de artículos promocionales durante su lesión lo demuestran. La liga no planeó este momento; le tocó la suerte.
La influencia de Clark va más allá de lo económico. Está obligando a la WNBA a lidiar con sus propias dinámicas internas: celos, favoritismo y jerarquías anticuadas. Aunque algunos veteranos resienten su protagonismo, olvidan que su presencia pone sus partidos en televisión nacional por primera vez en años. No está robando atención, sino creándola.
Cada triple que anota es tendencia en Twitter. Cada falta grave que comete se convierte en debate en ESPN. Incluso su rasguño en la nariz en el banquillo genera especulación. Eso no es publicidad exagerada. Es gravedad cultural.
El regreso de Clark no solo beneficia a las Fever, sino que es vital para toda la liga. Y si la WNBA quiere mantener este crecimiento, debe hacer más que simplemente esperar que Clark se mantenga sana. Necesita invertir en su protección, fortalecer su presencia y asumir su rol como el rostro de una nueva era.
Porque esta es la verdad: esto no es solo una buena racha. Es una revolución. Y Caitlin Clark no solo participa, sino que la lidera.