En los anales oscuros de la historia humana, apenas hay ningún método de sugerencia que sea equivalente a la brutalidad de la cocina. Este método de tortura medieval, en el que se usó el agua hirviendo a menudo hirviendo, el aceite hirviendo o incluso el vino calentado, debería causar dolor inimaginable y extender el sufrimiento de la víctima hasta la muerte graciosa. Desde el Imperio Romano hasta los patios del Renacimiento Europeo, esta práctica cruel se utilizó para castigar a varios crímenes y dejó un legado de terror y un recuerdo aterrador de la capacidad humana de cruel.

Un castigo con raíces en la antigüedad
La costumbre de cocinar hasta la muerte es más antigua que la Edad Media. Los registros indican que ya se ha utilizado en el Imperio Romano. Se dice que el emperador Nerón, notorio por su persecución de los primeros cristianos, aplicó este método para agregar miles de creyentes. La forma de castigo lenta y agonizante lo convirtió en un espectáculo temible, que debería disuadir a los disidentes disidentes e incorporar el miedo a la población.

En la Edad Media, cocinar en ciertas regiones, especialmente en el Sacro Imperio Romano, se había convertido en una dirección popular de ejecución. Los condados, cuyos crímenes amenazaban la estabilidad económica de las sociedades medievales, eran víctimas frecuentes. El derretimiento de monedas reales para la producción de falsificaciones se consideró tan escandalosa que solo el castigo más doloroso era apropiado. En Francia y Alemania, desde el siglo XIII hasta el siglo XVI, los atrapados en el caso de los casos de monedas fueron arrojados a la caldera, donde sus cuerpos estaban expuestos al mismo destino de los metales derretidos que los metales en los que trabajaban.
Una muerte lenta y dolorosa
El proceso de cocinar hasta la muerte fue tan cruel como simple. Las víctimas se colocaron en una bañera o tetera grande con un líquido, principalmente agua, pero a veces también aceite, cera, plomo derretido o incluso vino. El líquido se calentó, a veces lentamente para extender el sufrimiento. Si el líquido no se cocinó cuando la víctima estaba inmersa, la agonía era aún más dolorosa. El lento aumento de la temperatura causó que las extremidades (manos, pies y extremidades) se quemaron por primera vez, y la piel formó burbujas y despegó más profundo el calor penetrado.

Cuando la temperatura aumentó, las capas de carne externas de la víctima comenzaron a cocinarse, que fusionó la ropa en una conexión grotesca hecha de tela y piel. Los órganos internos también sucumbieron al calor, sus líquidos finalmente llegaron al punto de ebullición. La víctima, que a menudo estaba llena de conciencia durante la mayor parte de esta terrible experiencia, soportó un dolor inimaginable, se quemó los ojos y se hizo eco de sus gritos hasta que su fuerza se apagó. La muerte, cuando finalmente entró, fue la redención de horas de agonía implacable.
En algunos casos, era posible una muerte más rápida si el líquido ya se había reducido o la víctima logró duminar su cabeza, haciendo que su cerebro cocine y acelerara la inconsciencia. Sin embargo, tales resultados fueron raros, y el método fue diseñado deliberadamente para maximizar el sufrimiento.
El caso del apóstol John
Una de las historias más fascinantes sobre este método es sobre Johannes el Apóstol, una figura adorada en el cristianismo. Algunos estudiosos religiosos afirman que John sobrevivió a un intento de renunciar a la cocción en el aceite, un milagro que subrayó su santidad. Aunque la precisión histórica de este informe es controvertida, subraya el miedo asociado con este castigo. Incluso en las historias religiosas, la cocina era sinónimo de sufrimiento inimaginable, un destino que era tan cruel que la supervivencia se consideraba una intervención divina.
Cocinar como símbolo de justicia
En la Europa medieval, la cocina no solo era un castigo, sino también un espectáculo público. La lenta y visible destrucción del cuerpo de la víctima sirvió como advertencia para los demás y subrayó la autoridad de los gobernantes y la gravedad de ciertos crímenes. En Gran Bretaña, el rey Enrique VIII introdujo la cocina como un castigo para los asesinos venenosos, un crimen que vio como particularmente insidioso debido a su naturaleza secreta. La elección de cocinar, ya sea en agua, aceite o vino, reflejó la necesidad percibida de un castigo que correspondía a la gravedad del delito tanto en dolor como en espectáculo.
El uso de líquidos hirviendo como el aceite o el vino le dio a todo un nivel adicional de terror simbólico. El aceite con su punto de ebullición más alto causó quemaduras mucho peores que el agua, mientras que el vino, una sustancia asociada con celebraciones, se convirtió en un instrumento de matar perverso. La elección del líquido a menudo dependía del contexto cultural o económico; El aceite y el vino se reservaron para delitos particularmente horribles o ejecuciones espectaculares.
El declive de una práctica bárbara
En el siglo XVI, la práctica de ser ejecutada comenzó a desaparecer a través de la cocción, especialmente con compañeros de moneda. La introducción de bordes molidos de monedas fue más difícil y facilitó la detección de falsificaciones, lo que tomó la necesidad de castigos tan extremos. Con el desarrollo de las empresas y el agotamiento de los sistemas legales, la cocina fue reemplazada gradualmente por otras formas de dirección, como colgar o decapitar, que se consideraban menos bárbara.
Pero el legado de la cocina sigue siendo un recuerdo urgente del poder judicial medieval extremo. Fue un castigo que eliminó a cualquier humanidad e convirtió a las víctimas en objetos de sufrimiento en una demostración pública de poder. El secreto de por qué este método había existido durante siglos radica en su capacidad para aterrorizar y controlar: era un medio de miedo como el castigo.
Diploma
Cocinar hasta la muerte es una de las direcciones más crueles de ejecución en la historia y testifica la crueldad que puede causar miedo y poder. Ya sea agua hirviendo, aceite hirviendo o vino hirviendo, el resultado fue el mismo: una muerte lenta y dolorosa que no dejó a las víctimas fuera de su agonía. Hoy, esta práctica es una reliquia aterradora de una época pasada, cuyos horrores se han preservado en los informes históricos y el mundo colectivo de la imaginación, una advertencia de la oscuridad a la que la humanidad es capaz de cuando la justicia se vuelve venganza.